¿DE DONDE SALIÓ ESO DE AFRODESCENDIENTE?.
¿Qué DICEN
LOS BLANCOS QUE
SOMOS NOSOTROS L@S
NEGROS?.
¿Por qué los
estudios, que sobre
nosotros los Negros se
hicieron, fueron
Antropológicos y no
Sociológicos?
¿Cómo
alguien puede decir lo que
soy, sin siquiera
conocerme sin saber que
pienso?
ESCLAVITUD Y AFRICANISMOS EN LA CULTURA LLANERA
José Obswaldo Pérez*
ESCLAVITUD
Y AFRICANISMOS son dos términos afines que guardan relación fenomenológica y
sociocultural. Una aproximación a ambos conceptos definiría las bases
hermenéuticas, teóricas e historiográficas para abordar en esencia la cultura
africana en Venezuela y su relación con nuestra historia regional y local. Ya
hemos dicho que la esclavitud fue un fenómeno global, que llegó a constituir en
uno de los factores fundamentales en el desarrollo de la agricultura en los
Llanos de Guárico, Apure y Barinas durante el siglo XVIII. Aunque básicamente
las importaciones de negros estaban orientadas a satisfacer al sector minero,
pero en buena medida un porcentaje se destinó a los oficios domésticos en los
centros urbanos y las haciendas, especialmente mixtas: dedicadas a la
agricultura y a la ganadería[1]
El
concepto de africanismo surge en la década de los 40- en el siglo XX- en la
Escuela Histórica Americana de Antropología. Fue introducido por Merville
Herskovits[2], antropólogo norteamericano de la corriente
evolucionista, quien conceptualizó el africanismo como un cúmulo de creencias y
religiones que surgieron como una “nueva cultura” en Hispanoamérica tras la
“llegada” de mujeres y hombres africanos que fueron esclavizados en este
continente[3]. Es decir, los africanismos son el conjunto de
“supervivencias” culturales aportadas por sus descendientes africanos como
producto conservacionista de un ancestro común.[4]
Joseph E Holloway (1991) define que los africanismos son "elementos culturales hallados en el Nuevo Mundo atribuible a un origen africano."[5] Por su parte, Arturo Álvarez D´Armas, un bibliotecólogo jubilado y un libre estudioso de la africanidad en Venezuela, señala que estos elementos se manifiestan, por si mismo, en numerosos aspectos de la cultura llanera. Desde el lenguaje común cotidiano hasta los aspectos de la arquitectura que nos rodea.
De este modo creemos que la idea de africanismos debe estar asociada con elementos culturales, políticos, religiosos y étnicos. Además los estudios de africanía venezolana deben estar relacionados con la historia afroamericana y, más directamente, con el estudio de la mestización de las culturas indígenas, africanas y europeas que son, en esencia, nuestras raíces culturales de la venezolanidad. Sin embrago, la presencia y el desarrollo del africanismo en Venezuela se podía ubicar en una perspectiva tímida, que aún no genera una corriente intelectual e investigativa que pudiera incidir en un cambio radical o critico de las miradas y las lecturas embrionarias o primarias de nuestra “África profunda” que se hacen por parte de intelectuales, investigadores, instituciones educativas, movimientos sociales y líderes.
Los africanismos no son raramente traslaciones "puras" de la cultura africana a las colonias hispanoamericanas. Más bien son una conjugación de mezclas o hibridaciones de otras culturas.
La influencia de nuestra cultura
africana
En nuestros llanos de Guárico y Apure,
la africanidad se encuentra arraigada desde el mismo momento de la llegada de
los colonizadores y dueños de hatos[6].
Dos vías permitieron el ingreso de los susharianos a nuestras regiones
llaneras: una por la fuga de esclavos desde la región central y segundo, por
aquellos que fueron traídos a trabajar en las unidades de producción, a través
de las áreas de influencia de los hinterland negreros de
Sin embargo, los esclavos traídos a los llanos fueron ubicados
indiscriminadamente en diferentes sitios geográficos, creando una mezcla donde
el único punto en común fue el aspecto racial. Ningún otro elemento coincidía
entre los distintos asentamientos, ya que provenían de los más diferentes
grupos étnicos, culturales o lingüísticos, o puntos geográficos.
El hato llanero va a ser el hábitat que permitirá la simbiosis entre blancos, indios y negros. Aquí los esclavizados coexistirán como una fuerza de trabajo libre, muchos de ellos como mayordomos de propiedades de ganaderos, mientras otros se fugaban formando cumbes o rochelas en las vecindades y áreas rurales. En este modo de producción se condicionó, a su vez, la vida cotidiana de las tres categorías étnicas, las cuales aportaron un conjunto de técnicas antropoculturales en el manejo directo de la ganadería, mediante “ese esquema tetraedral en que se ejecuta la producción: sabana, res, caballo y hombre”[7]. Pero, esa integración simbiótica y étnica, en un mismo territorio y en una misma área económica, dio origen no sólo a un mestizaje pluricultural sino a la constitución de esa nueva cultura antes descrita.
La ganadería y la esclavitud africana son dos fenómenos que determinaron un cambio radicar en modo de vida de las comunidades indígenas en los llanos centrales y sabanas de Apure. La efímera duración de la extracción minera dio paso a la actividad agropecuaria, un nuevo ciclo que coexistió con el final de las extracciones auríferas y con el principio de la implantación de los hatos ganaderos, siguiendo un criterio de preferencia marcado por los vínculos sociales y regionales que conectaban a los hombres con las diferentes costumbres de Castilla, Extremadura o Andalucía.
Con rasgos significativos de una fusión cultural simbiótica persisten aún en nuestros llanos algunas expresiones musicales con acento africano. Esas manifestaciones se reflejaban en los cantos de arreo, vaquería, zafra y gritos de monte. Todos ellas descripciones propias de las zonas ganaderas y agrícolas, surgidas de realidades concretas, utilizadas durante las faenas cotidianas del manejo del ganado y limpieza de terrenos, con el fin de hacerlas menos fatigosas y más productivas: el hombre, sometido cotidianamente a jornadas de diez o más horas de trabajo, materializa su necesidad de comunicación social, improvisando cantos muy libres en los que narra el último acontecimiento del pueblo o de la región, el incidente familiar, amoroso o de trabajo, expresiones de lo vital, de lo que se siente y se resiente, de lo que se ha perdido, se imagina o se desea, de lo accidental o de lo trascendente[8]..
Los cantos de trabajo, con claras
influencias indígenas y africanas, se cristalizaron también en los cantos de
los decimeros mediante tonadas en que se mezclaron entre giros melódicos y
temáticos provenientes del coplero español, con viejos estribillos y coros en
alternancia, en los que se fundió lo narrativo local y la sátira tradicional
características del África con la picaresca española. Ya para ese entonces los
instrumentos de Europa, de África y de América, se habían encontrado, mezclado,
concertado, en ese crisol de matices, encrucijada planetaria, lugar de
sincretismos, transculturaciones, simbiosis de músicas aún muy primigenias o ya
muy elaboradas en el Nuevo Mundo[9].
Los velorios de Cruz de Mayo son una riqueza de mestizaje cultural mágico-religiosa muy arraigada en los llanos. Bambas, juegos, Mariselas, tonadas a la cruz y el “rabo”, este ultimo un baile de joropo que se organizaba después de la celebración del velorio a la cruz; un ritual que aún permanece en las zonas rurales de Tiznados y Ortiz, como una costumbre a agradecer por la entradas de las aguas (lluvias para los campos), en los tiempos de sequía o por la bienvenida de una buena cosecha. Entre los bailorios, la danza de la Marisela es una festividad mestiza fundamentada en “bailar el baile de la adivinación”[10], que recuerda a las sambas de origen africano o afroantillano [11].
El baile radica en una danza trémula en
la que una persona se disfraza de cualquier cosa y empieza hacer piruetas, a
cantar bambas y recoger prendas. Las bambas, según el investigador Arturo
Álvarez D’ Armas, son “cuartetas recitada en los velorios de santos en los
llanos centrales”[12].
En otras palabras, las bambas son sucesiones de coplas con pie forzado y sobre
un mismo tema.
La incorporación de algunas técnicas culinarias y la afición por algunos rubros farináceos como el ocumo, el ñame y el quimbombó[13].
La incorporación de algunas técnicas culinarias y la afición por algunos rubros farináceos como el ocumo, el ñame y el quimbombó[13].
Así, podemos hablar de la influencia
africana en nuestra alimentación llanera, por ejemplo, el arte de fritar o de
sofreír: una técnica de cocina, que los africanos introdujeron a Hispanoamérica[14] a
través de las cocineras o cocineros que bajo el manto de la esclavitud ejercían
dichos oficios en las casas de sus amos y en las diferentes unidades de
producción. Al respecto podemos mencionar: el "sofrito", la
condimentación de los hervidos, el asado a fuego directo, el uso de las hojas
de plátanos para envolver los alimentos, el predominio de grasas en la
preparación de salsas y guisos, y la utilización del coco en muchos platos y
dulces[15].
Como en el África, hasta hace poco tiempo, las mujeres campesinas de
nuestros pueblos usaban el pilón y molinos de piedra para moler maíz. Los
pilones, las cucharas y los vasos de totuma eran fabricados por artesanos de
color moreno y forman parte de la cultura afrovenezolana[16].
Otro elemento de africanidad o
africanismo son los topónimos africanos que está ligada a la influencia
cultural de los esclavizados que emigraron de manera forzosa a Venezuela.
Algunos son sencillamente identificables, en la mayoría topónimos afrollaneros [17] como en el caso de la palabra Canguango.
Otros, como Mocundo, que no son voces tan fáciles de interpretar y reelaborar
en su significado correcto. En un estudio histórico, habríamos encontrado
influencias lingüísticas bantús en la toponimia de la región de Ortiz y
Tiznados, dos áreas culturales donde se consigue el mayor número de nombres
africanos[18].
Los
africanos fueron fundadores de pueblos, sitios y caseríos[19], surgidos de poblaciones volantes o cimarronas,
en su mayoría ubicadas en zonas alejadas de los centros urbanos. Son
comunidades que nacen como parte de numerosos actos valientes, desesperados, y
determinados por los descendientes africanos en su búsqueda de libertad y
auto-determinación. Desde la época colonial, el nombre de cumbes, rochelas o
patucos designaba a los caseríos de negros, indios, sambos, mestizos, pardos y
blanco fugitivos[20] A menudo estas conglomeraciones no eran habitado
sólo por negros ex-esclavos, sino que se constituía en el epicentro de otros
seres oprimidos y marginados, como los indígenas, zambos y mulatos.
Mendoza
(2005) señala que “en la Sección Gobernación y Capitanía General del Archivo
General de la Nación (AGN) se constata la presencia, en los llanos, de
numerosas rochelas conformada por indios, zambos, y negros esclavos fugitivos,
que acosaban centro poblados, haciendas y hatos, practicaban el contrabando, el
abigeato y la sustracción de frutos…”[21]
La documentación, en los distintos repositorios, está repleta de información de resistencia africana en la Provincia de Caracas, incluyendo motines, fugas, conspiraciones, rebeliones, y cumbes. Por ejemplo, la constitución de rochelas y cumbes en los llanos de Guárico y Apure son, desde la perspectiva de las huellas de africanías, portadoras de un conjunto de elementos culturales propios de quienes la conformaron. En esos espacios se desarrollaron procesos de culturales de hibridación y mestizaje [22].
Finalmente, el estudio de los africanismos podría hacer previsible una revisión y un proceso de ruptura epistémica con algunos de nuestros referentes que siguen basados en nociones netamente eurocentristas.
Imágenes para ilustrar el
tema negro antiguo:
ttps://www.google.de/search?q=esclavos+africanos+en+puerto+rico&biw=1366&bih=599&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjAkLPClNfJAhWGez4KHVAmB_oQ_AUIByg
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